Tener miedo es totalmente natural, algunos de
nosotros nos ruborizamos cuando hablamos de los nuestros y otros los guardamos
en secreto para toda la vida. Esto sucede porque no nos atrevemos a decirlos o
a enfrentarlos. Muchas veces podemos estar a punto de encararlos, pero
inconscientemente damos un paso hacia atrás, dejamos que pasen los días
esperando que alguien nos empuje a la realidad. Es en ese momento que recién
nos damos cuenta de que no estamos haciendo nada para combatirlos y que siempre
habíamos necesitado una ayuda para ponernos frente a frente a nuestros miedos.
Es ahí que nos damos cuenta de que la valentía se aprende y que un miedo
vencido, se convierte en algo cotidiano e insignificante.
Yo puedo contar cuál era mi miedo más grande, no me intimido porque pude enfrentarme a él. Pero sí admito que me trajo muchas dificultades en mi vida. Cuando estaba en quinto de secundaria, como en todos los colegios, las promociones se van de viaje a conocer a una de las siete maravillas del mundo, Machu Pichu. Mi promoción del año 2005, también estaba planeando ir a Cusco, pero el problema fue que en clase de Física nuestra tutora nos comunicó que íbamos a ir en avión. Mi colegio era de mujeres y de las 30 que formábamos la promoción, dos nunca se habían subido a un avión, Nathaly y yo. Pero la diferencia es que mi otra compañera no había tenido la oportunidad y yo nunca lo había hecho porque era mi miedo más grande. Nathaly saltaba de alegría porque por fin iba a viajar, mientras que yo quería que la tierra me tragara en ese momento, en seguida me ruboricé porque no sabía cómo expresarles que no iba atreverme a subir. Mientras que todas en ese momento no podían disimular su felicidad y alegría, yo estaba en una esquina del salón pensando e imaginándome subir a ese aeroplano tan grande y a mil metros arriba de la tierra. Qué pasaba si el avión se volteaba o pasaba algo? El nerviosismo me ganó y sólo pensaba cosas negativas. No podía con todos los pensamientos y sentimientos juntos que revoloteaban en mi cabeza. Decidí no ir y dar un paso atrás. Mis treinta compañeras nunca se enteraron que no fui por que le tenía temor a las alturas y al avión.
Yo puedo contar cuál era mi miedo más grande, no me intimido porque pude enfrentarme a él. Pero sí admito que me trajo muchas dificultades en mi vida. Cuando estaba en quinto de secundaria, como en todos los colegios, las promociones se van de viaje a conocer a una de las siete maravillas del mundo, Machu Pichu. Mi promoción del año 2005, también estaba planeando ir a Cusco, pero el problema fue que en clase de Física nuestra tutora nos comunicó que íbamos a ir en avión. Mi colegio era de mujeres y de las 30 que formábamos la promoción, dos nunca se habían subido a un avión, Nathaly y yo. Pero la diferencia es que mi otra compañera no había tenido la oportunidad y yo nunca lo había hecho porque era mi miedo más grande. Nathaly saltaba de alegría porque por fin iba a viajar, mientras que yo quería que la tierra me tragara en ese momento, en seguida me ruboricé porque no sabía cómo expresarles que no iba atreverme a subir. Mientras que todas en ese momento no podían disimular su felicidad y alegría, yo estaba en una esquina del salón pensando e imaginándome subir a ese aeroplano tan grande y a mil metros arriba de la tierra. Qué pasaba si el avión se volteaba o pasaba algo? El nerviosismo me ganó y sólo pensaba cosas negativas. No podía con todos los pensamientos y sentimientos juntos que revoloteaban en mi cabeza. Decidí no ir y dar un paso atrás. Mis treinta compañeras nunca se enteraron que no fui por que le tenía temor a las alturas y al avión.
No me gustó no haber podido enfrentar ese
miedo, me sentí decepcionada conmigo misma. Después, pensando fríamente, me
dije: “cómo no has podido subirte a un avión, sino se ve tan difícil, hasta es
más seguro que un taxi, un bus o una moto”. Por no enfrentar ese miedo me quede
sin visitar ese año el sueño de todo peruano, conocer Machu Picchu. El año
pasado decidí encarar de una vez ese miedo y aproveché que estábamos a vísperas
de Fiestas Patrias para poder subirme a un avión con dirección a Cusco.
Fue así como lo planeamos Lucho; mi enamorado y
yo. Compramos los pasajes con dos meses de anticipación para que nada salga
mal, necesitaba sentirme segura, ya que era un momento muy importante para mi,
aunque ya había tomado la decisión todavía tenía los nervios que invadían mi
cuerpo y mi mente. Los días se pasaron volando, por un lado querían que sea así
pero por otro quería que se demorarán en pasar. Estaba en una terrible
contradicción de tiempos .
Nuestro vuelo salía a las 6 de la mañana,
teníamos que estar a las 4 en el Aeropuerto Jorge Chávez. El taxi nos iba a
recoger a las 3 de la mañana. ¿Dormí algo?, no dormí nada. No pude, me daba
vueltas en la cama, tenía mucha dificultad para conciliar el sueño porque el
momento importante ya estaba muy cerca. Llegó el taxista, metimos las maletas,
me senté y todo el camino hacia el aeropuerto tenía calambres estomacales de los
nervios. Llegamos al aeropuerto, y la hora había llegado, ya me encontraba
frente a frente con el avión, ya no tenía tiempo de dar un paso hacia atrás.
Tenía que afrontarlo en ese momento.
Todo iba muy bien, yo estaba en el asiento
Nº17A lista para despegar, pero la gente seguía ingresando y colocándose en sus
sitios, todos estaban de lo más relajados. Entonces pensé: “no hay tal crisis,
lo había imaginado peor” y eso hizo que me tranquilizara. Sin embargo la
aeromoza empezó a dar su discurso de las reglas de seguridad y ahí empezaron
los nervios, sinceramente quería bajarme. El avión empezó a despegar. Tenía esa
sensación de mareos y del corazón que se me iba a salir por la boca, fue lo
peor. Fueron los minutos más largos de mi vida, no hay significado para
describir lo que sentí en ese momento. Cuando volteé y mire por la ventana tan
pequeña que sólo cabía mi cara, no podía creer lo que estaba viendo, ¡Estaba
encima de las nubes! Sin lugar a duda me encantó.
Mi alegría y mi orgullo estaban tan elevados
como la distancia que hay entre el cielo y el suelo. Lo hice, por fin perdí el
miedo. Fue la mejor experiencia que he tenido después de conocer Machu Picchu,
claro está.
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